No siempre es necesario matar para matar - caso Ernestina Asención Rosario -
en los últimos meses, el nombre de una mujer.. de una anciana de 73 años... indígena de zongólica veracruz.... ha sido mencionado en incontables ocasiones en la prensa nacional...
la historia de esta mujer es la historia de miles de mujeres - que padecen triple discriminación: por ser pobres, por ser indígenas, por ser mujeres -... Ernestina Asención Rosario, es decir, la muerte de Ernestina Asención Rosario, mujer indígena de 73 años, indigna.....
las investigaciones se están llevando a cabo... la cndh dice que no... la procuradoría estatal dice que sí... calderón dice que no... los familiares de la mujer dicen kema - sí, en náhuatl-... el primer peritaje revela que sí... el segundo, también...
Ernestina Asención Rosario murió... fue asesinada... y su muerte no solamente indigna por sus últimas horas en vida... su muerte no sólo duele por haber sido violada tumultuariamente por militares - los que, dicen esos que dicen que gobiernan, traerán seguridad al país-... su muerte no solamente ofende por lo turbio de las investigaciones...
Su muerte, Ernestina, duele, ofende, indigna, da rabia, porque Usted represta a esos millones de mexicanos que mueren de enfermedades curables... aquellos que mueren ante los ojos indiferentes de los demás... aquellos a quienes la muerte ya los espera por el azar de haber nacido en marginación....
Arnoldo Kraus, en la jornada, ha escrito sobre esta muerte... y pone el dedo en la llaga cuando dice " No siempre es necesario matar para matar."
ANEMIA MORAL (La Jornada, 11 de abril de 2007)
Giorgio Agamben denomina homo sacer al hombre al que se le puede matar impunemente porque ante la ley su vida ya no cuenta. Al hombre, a Ernestina Ascención y en múltiples formas a los habitantes del municipio de Soledad Atzompa, de donde, como el mundo sabe, era oriunda la indígena. No siempre es necesario matar para matar. Por eso digo que existe otra muerte, la metafórica, cuyos brazos siempre han pernoctado en las faldas de la sierra de Zongolica. La muerte ya no le duele a Ascención, pero su deceso cala hondo y no encuentra reposo en las almas de sus coterráneos.
Las muertas a destiempo hablan. Los cadáveres extemporáneos, como el de Ernestina, nunca mueren del todo. Se habla de ellos. Se escribe acerca de las causas de la muerte. Se viaja por el mundo con su cadáver a cuestas y con la palabra México como bandera. Se pregunta por qué la necesidad de dos autopsias. Se cavila acerca del precio de la vida de "los unos" y de "los otros". Siempre "los unos y los otros". Se detiene el tiempo: ¿Y si Ernestina hubiese sido mi madre?
Las muertas como Ascención preguntan: "¿Fallecí porque fui violada como aseguran mis hermanos e hijos atzompeños o a causa de 'anemia aguda por sangrado de tubo digestivo secundario', según asegura el presidente de la Comisión de los Derechos Humanos, José Luis Soberanes, o por 'gastritis crónica no atendida' de acuerdo con el diagnóstico del presidente Felipe Calderón?"
Entre la idea de violación y la de anemia como causa del deceso me quedo con el primer diagnóstico. Confío más en los estetoscopios de carne y hueso del pueblo que en los que utiliza el poder. Los primeros palpan y tienen historia. Los segundos denuestan y diagnostican a la carta: las enfermedades y las causas de muerte dependen de las necesidades y de los tiempos del poder. No de la etiología. No de la realidad. No del mal original. No de la injusticia crónica ni de la humillación milenaria. El diagnóstico se hace, se maquila. Como si no fuese el cuerpo el que enferma. Anemia, dice nuestro ombudsman. Anemia moral, digo yo. Entre la anemia por disminución de hemoglobina y la anemia moral quedan la verdad como problema y los indígenas siempre desechables.
Entiendo que a mí también se me podrá acusar de inventar diagnósticos. Dicha aseveración tiene dos partes. Una cierta y otra no tan cierta; la primera es que anemia moral no figura en los índices de los libros de medicina. La segunda es que cuando se falta crónicamente a la verdad emerge una enfermedad muy mexicana que combina olvido y atropello. Anemia moral es la suma de todo eso: olvido, atropello, trato indigno, seres desechables, injusticia, miseria, abandono, dos autopsias, dos discursos, una muerte cuyo cadáver no ha muerto del todo.
¿Por qué será que los fotógrafos de La Jornada, y de otros rotativos, muestran a diario imágenes de indígenas de diversas regiones de Zongolica escuchando los testimonios de los hijos de Ernestina Ascención, quien presuntamente fue violada por elementos del Ejército y murió víctima de los abusos? ¿Por qué se encuentran tan irritados los indígenas de esa región cuando puede ser comprensible que una mujer de 73 años fallezca por gastritis o por causas relacionadas con la edad?
La muerte por enfermedades curables, "injustas", si acaso esta palabra tiene sentido, no es un fenómeno ajeno a los habitantes de esa región. Bien lo saben los indígenas. Saben que ser pobre es muy caro y que las muertes a destiempo son sino y realidad. Saben los atzompeños que la anemia moral los mata desde siempre y que poco han ayudado los gobiernos mexicanos y la globalización para inyectarles justicia y dignidad como metáforas de hemoglobina.
Entonces, si lo "uníco" que sucedió es que murió una indígena de Soledad Atzompa, ¿por qué están tan enojados los vecinos de esa parte de la patria? Sé bien que no es por locura. Y sé que no es la muerte en sí lo que los tiene de pie y enardecidos. Su furia procede del poco apego a la verdad. Su desconsuelo no sólo es el cuerpo sin vida de Ernestina, sino la forma en que se ha manejado la muerte, su muerte. No por azar nuestras autoridades han hecho de su deceso un fandango donde los dimes y diretes, los sís y los nos entre los organismos involucrados van y vienen sin cesar.
No sé, por supuesto, si Ernestina Ascención fue violada. Si sé, por supuesto, que todo el panorama en torno a su muerte es lúgubre y desaseado. No sé si la violaron y murió porque la mataron. Sí sé que falleció porque su historia, su persona y su vida no son otra cosa sino el homo sacer de Agamben.
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