Pinchi Fox, Chale!
Juan Villoro.
El piloto ausente
¿Con qué ánimo llega Fox a su último Informe? Una de las afecciones más comunes de los políticos es la paranoia. El presidente de México padece de la ilusión opuesta: la certeza de ser querido.
Este artículo no pretende desengañar a un hombre feliz, entre otras cosas porque nuestro dignatario no es muy amigo de la lectura. Semana a semana, los editorialistas le señalan fallos pero él se siente a todo dar. Cuando le preguntaron cómo pasaba los últimos días de su mandato, respondió sin vacilar: "Como un campeón". ¿En qué torneo triunfó? Vale la pena indagar las causas que animan a este hombre satisfecho de haberse conocido a sí mismo.
El primer enigma es que no le gusta su trabajo. Obviamente no puede decirlo, pues es de pésimo gusto salir con que no disfruta el destino para el que necesitó de tanto apoyo. Sin embargo, parece obvio que detesta cabildear para lograr acuerdos, carece de paciencia para los proyectos a largo plazo y no quiere arruinarse la tarde persiguiendo las tepocatas que prometió atrapar. Lo que sí le gustan son los actos públicos que le permiten abrazar chiquillos, chutar un pénalti (aunque lo falle), perdonar al escuincle que le puso cuernos cuando les tomaron una foto, comer una rica frijoliza en los rincones del país donde las tortillas saben más sabrosas.
Si una imagen captura sus anhelos es la del helicóptero que en los grandes fines de semana lo saca de la Presidencia para llevarlo al campo de sus caballos.
Desde que asumió su cargo, encontró otra forma de estar en campaña. El luchador carismático que utilizó un vocabulario destemplado para oponerse a los rateros del PRI, pidió perdón por sus ofensas al recibir constancia de mayoría. ¿Había nacido un estadista dispuesto a trabajar por encima de intereses partidarios? Niguas. El Presidente fue menos populachero que el candidato, pero descubrió que lo único divertido del Ejecutivo es el protocolo. Aunque no voté por él y repruebo su gestión, reconozco que ningún otro Presidente ha lucido tan natural montado en un triciclo o en un cebú. El atractivo bronco de su campaña se transformó en una fotogénica habilidad para mimetizarse con los más diversos escenarios, al modo de un personaje de alquiler que representa a un Presidente sin la molestia de tomar decisiones.
Fox domina el grado Zelig de la sociabilidad: le pones un salvavidas y parece capitán de barco; si pasa revista a las tropas, parece un curtido ex combatiente; con gorra de beisbol, parece un pelotero de la vieja escuela. La campechanería es su estilo de gobierno. Esto explica en parte la extraña valoración que sobre él arrojan las encuestas. Por más errores y dislates que cometa, un amplio sector de la opinión pública lo considera "simpático", "buena onda", "confiable". El último calificativo es un poco raro. En la misma encuesta donde la gente se queja de la inseguridad, la carestía y la falta de miras del país, Fox aparece como confiable, pues ha logrado el artificio de separar a su persona de su cargo. Mucha gente le confiaría su perro favorito. En cambio, resulta un exotismo asociarlo con estrategias económicas, planes de seguridad o tribulaciones geopolíticas. Si hay un cataclismo, muy pocos esperan que diseñe operativos de rescate. Lo suyo es decir unas palabras, con los ojos chicos que pone para las cosas graves, y asistir a la zona de desastre donde le tomarán fotos conmovedoras y se verá apuesto despeinado por un ciclón. El Presidente se ha concentrado tanto en ser mera apariencia que delega en su vocero la responsabilidad de comunicar la línea del Ejecutivo y corregir sus variopintos desastres coloquiales. En esta ventriloquia política, la declaración del vocero es más oficial que la del Presidente.
Es posible que después de sacar al PRI de Los Pinos pensara que había pasado a la historia antes de gobernar. El caso es que apenas quiso hacer algo más. Su irresponsabilidad fue más histórica que su triunfo, pero él está seguro de que no se nota. Por algo se mantiene en campaña permanente. En vez de luchar para que la democracia sea una forma de vida, decidió que el mejor método para enfrentar los problemas es olvidarse de ellos. Su legado es un país dividido. En muchas ocasiones se necesitó de su iniciativa, pero se hizo el despistado. Hace unos días comentó que Oaxaca tenía un problema regional; luego habló de la existencia de una guerrilla urbana. ¿Qué pasó en medio?, ¿cómo fue posible que eso ocurriera sin su intervención?
Fox se comportó como una reina de Inglaterra que gasta menos en sombreros. Una figura decorativa, aclamada en convites y meriendas, ausente en las decisiones de un país a punto de estallar por la desigualdad social.
Sin duda alguna leerá con aplomo lo que le escriban en su Informe. Si recibe algún insulto esto reforzará su atractivo personal. Cuesta trabajo creer que la transición a la democracia se haya banalizado de esta forma.
Fox subió con sus mejores botas al avión de la patria. Una vez en las alturas, se desesperó con las turbulencias, puso el piloto automático y se fue a ver la película en la parte trasera. Como sus actitudes sólo pueden ser canónicas, podemos imaginarlo bien. La nave avanza entre relámpagos mientras él bebe el refresco que una vez vendió. Parece un piloto jubilado indiferente a las bolsas de aire. Cuando el avión comienza a caer en picada, le pide a su vocero que tranquilice a los pasajeros. Luego regresa a la cabina y registra sus últimas palabras en la caja negra, un mensaje optimista y francote: "Nos dimos un guamazo pero estos aviones son una chulada".
Después de su último Informe, salta del avión en llamas y abre su paracaídas. Como en todas partes hay fotógrafos, es retratado mientras desciende, haciendo la V de la victoria. Poco después, cae sobre una choza y la destruye. De eso ya no hay fotos.
Denise Dresser
Nerón mexicano
Un periodista le pregunta a Vicente Fox cómo se siente al final de su sexenio. Y el Presidente responde: "Como un campeón, como todo un campeón, cerramos bien". El Nerón mexicano, contemplando cómo arde la ciudad, regocijándose con la belleza de las flamas mientras toca la lira. Diciendo que se siente "muy ligerito". Hablando, una y otra vez, del país perfecto gobernado por instituciones impolutas. Interviniendo, una y otra vez, con declaraciones que provocan en vez de reconciliar. Gritando "Viva, viva, viva" mientras México se encamina lamentablemente a una confrontación mayor sin solución evidente, sin final feliz. Y el responsable, en gran medida, de ese desenlace hoy lo celebra.
México está en marcha, dice el Presidente que contribuyó a paralizarlo. México está en paz, supone el hombre que lo recibió así pero no lo entregará de la misma manera. El conflicto postelectoral se reduce a una calle, afirma un supuesto hombre de Estado que no supo ni sabe cómo serlo. Actuaré cuando tenga que actuar, sugiere quien desde hace un buen tiempo ha minado el monopolio de la violencia legítima. El culpable de un momento histórico despilfarrado; el Presidente de un gobierno de transición desaprovechado; el artífice de un entrometimiento mediático en la campaña electoral, que lleva a demasiados mexicanos a cuestionarla. Regodeándose, congratulándose, alabándose a sí mismo cuando ha contribuido a producir la tensión que ahora ignora. Alguien cuyas acciones y omisiones crearon las condiciones para un incendio político que actualmente nadie sabe cómo apagar.
Si Vicente Fox hubiera emprendido la revitalización de las instituciones, AMLO no hablaría de refundarlas tajantemente. Si Vicente Fox hubiera apoyado la reforma del Estado, AMLO no propondría su destrucción. Si Vicente Fox hubiera gobernado en función del interés público, AMLO no fustigaría la imposición de los intereses privados. Si Vicente Fox no hubiera puesto a las instituciones al servicio del desafuero, AMLO no podría descalificarlas un día sí y al siguiente también. Si Vicente Fox no hubiera inundado al país con sus spots, muchos mexicanos no cuestionarían la equidad de la contienda ni exigirían su anulación. Si Vicente Fox no hubiera producido un vacío de poder, AMLO no podría llenarlo y para mal como lo hace en estos días. Uno cometiendo errores y el otro aprovechándolos. Uno barnizando con gasolina la puerta carcomida y el otro incendiándola. La causa y la consecuencia. El problema y el síntoma.
El movimiento contestatario y confrontacional que AMLO ha logrado armar existe -en buena medida- por todo aquello que Vicente Fox tendría que haber hecho y no hizo. Por todo lo que tendría que haber atendido e ignoró. Por todo lo que tendría que haber empujado y postergó. La necesidad de renovar el andamiaje institucional, en vez de sólo aplaudirlo. La necesidad de reformas que permitieran la construcción de mayorías legislativas estables, en vez de la apuesta a la colaboración ad hoc con el PRI. La necesidad de reformas que fomentaran la competencia en sectores cruciales, en vez de obstaculizarla como ocurrió con la ley Televisa. La necesidad de enfrentar a actores atrincherados en el mundo sindical, en vez de fomentar acuerdos subrepticios con ellos y después pagar el precio por ello. La necesidad de comportarse como el Presidente de todos, en vez de actuar a lo largo de la campaña como el principal porrista del PAN. Vicente Fox odia a Andrés Manuel López Obrador, pero ha contribuido a su existencia.
Por tantos errores cometidos, tantas oportunidades perdidas, tantas llamaradas alimentadas. Las ambiciones de Marta Sahagún y el tiempo que México perdió especulando en torno a ellas. La preocupación presidencial con la popularidad como un mecanismo de gobernabilidad. La obsesión por promover "las reformas estructurales que el país necesita" sin pensar en cómo construir consenso social o político para ellas. La aventura desafortunada del desafuero y la desconfianza entre la izquierda que tanto nutrió. La frivolidad, los excesos, la complacencia, la vida política del país conducida por alguien sentado en un balcón, abanicándose desde allí. Y que cuando finalmente actúa, lo hace de la peor manera. Con parcialidad. Con impericia. Entrometiéndose en una elección cuya defensa ha dificultado. Sacralizando instituciones que distan de ser tan perfectas como las presenta. De nuevo, ignorando la realidad que lo rodea mientras se dedica a alabarla.
Por eso ahora que llama a la concordia, muchos no quieren escuchar. Por eso ahora que convoca al diálogo respetuoso, muchos recuerdan cuando él mismo lo saboteó. Por eso cuando invoca el espíritu de concordia de Javier Barros Sierra, su propia hija rechaza la comparación. Por eso cuando dice que "no hay cabida para las imposiciones", muchos recuerdan las de Marta Sahagún. Por eso cuando argumenta que las leyes no pueden estar sujetas a caprichos o intereses personales, muchos recuerdan cómo lo estuvieron a lo largo del sexenio. Por eso cada vez que Vicente Fox habla del país de instituciones sólidas, muchos se preguntan dónde están. Más aún cuando el Presidente declara ganador claro -ante los corresponsales alemanes- a Felipe Calderón antes de que el Tribunal Electoral lo haya hecho. La Presidencia paralizada que después se convirtió en la Presidencia parcial y por ello ha perdido la capacidad para actuar como bombero. Para apagar fuegos en lugar de contribuir a su expansión.
Por eso es tan preocupante que insista tanto en ir al Congreso a rendir su último Informe, cuando bien podría enviarlo por escrito. Por eso es tan controvertido que se empeñe en dar el grito en el Zócalo, cuando bien podría hacerlo en Dolores. Por eso es tan delirante que algunos exijan que se comporte como un "auténtico jefe de Estado" con el uso de gases lacrimógenos. Por eso es tan peligroso que algunos pidan su intervención decidida mediante el uso de la fuerza pública, cuando ha demostrado su incapacidad para hacerlo sin violencia en otras coyunturas. Por eso es tan estremecedor leer lo que declara en una entrevista con The New York Times: "No puedo anticipar las cosas. Pero cuando las cosas sucedan, asumiré mi responsabilidad". Porque con ello, parece sugerir que su responsabilidad es dejar de tocar la lira y montarse en la tanqueta. Confrontar. Exacerbar. Satisfacer las demandas populares de contención y retribución. Actuar tal y como lo hizo Nerón con los cristianos después del gran incendio en Roma. Crucificando a sus adversarios para después terminar chamuscado por la violencia que desató.
Lorenzo Meyer
Los auténticos peligros para México
En este sexenio, los auténticos "peligros para México" no fueron tocados y sí, en cambio, siguieron avanzando
'Un peligro para México'
En buena medida, el éxito electoral del PAN en las pasadas elecciones presidenciales se explica por su decisión de no concentrarse en las ofertas propias -no tenían gran atractivo fuera de los círculos de derecha- y sí en crear una imagen negativa de su oponente de izquierda: Andrés Manuel López Obrador (AMLO). El punto culminante de esa estrategia fue el diluvio de spots televisivos que mostraron a AMLO como "un peligro para México". Esa campaña logró despertar o acrecentar los miedos y prejuicios conservadores que anidan en amplias capas de la sociedad mexicana. Así, por razones más negativas que positivas, Felipe Calderón recibió el voto de un buen número de centristas e indecisos, pero también va a recibir una lista de auténticos peligros para el país, pero acrecentados.
El calificativo de "peligro para México" se lo adjudicó el PAN a AMLO con base en argumentos falsos o con un sustento endeble, entre ellos, que el perredista recibía ayuda del presidente Hugo Chávez de Venezuela, que se proponía hacer de México una segunda Venezuela, que era un populista irresponsable, que sufría del "complejo de Mesías", que era autoritario, etcétera. No pudieron acusar al tabasqueño de corrupción pero explotaron al máximo los videos que les proporcionó el contratista Carlos Ahumada y donde se veía a un puñado de perredistas embolsándose dinero y al secretario de Finanzas capitalino apostando en Las Vegas.
Pese a todo, el acusado como un "peligro para México" logró el 2 de julio, según las nuevas cifras oficiales, 14 millones 679 mil 453 votos. Frente a lo acontecido, hay que retomar el concepto y analizar, con su ayuda, los verdaderos peligros para México y quién es el responsable de que así sea.
Prioridades invertidas
La Presidencia es una institución con responsabilidades en la mayoría de los asuntos relevantes de la vida pública: desde la conducción de la política exterior hasta el funcionamiento del correo. Sin embargo, un examen histórico de las presidencias -las de aquí o de cualquier otro país-, muestra que la atención y energía del personaje que ocupa temporalmente el cargo apenas se ha concentrado en un puñado de temas; el resto ha quedado a cargo de la burocracia. Las razones de esa concentración de la atención y energía presidenciales son las circunstancias y los intereses y prejuicios del mandatario en turno. Para Benito Juárez, las prioridades le fueron impuestas por eventos imposibles de controlar: las guerras civil y externa. Para Lázaro Cárdenas, lo importante fue lograr la modificación de la estructura social por la vía de la reforma agraria. Para Miguel Alemán, lo sustantivo fue inclinar el peso del gobierno en apoyo al gran capital para modernizar al país y para hacer negocios personales. La historia de los sexenios se puede hacer alrededor de los dos o tres temas que acapararon la atención y energía de cada administración.
Fox
Lograr la consolidación de la democracia política ganada en el 2000 al autoritarismo priista debió haber sido el rubro que concentrara el grueso de la atención, tiempo y energía del gobierno presidido por Vicente Fox. En el inicio, y no sin contradicciones, el Presidente pareció empeñado en hacer justamente lo que se esperaba de él, pero luego cambió.
Como bien señala Porfirio Muñoz Ledo (El Universal, 24 de agosto), a partir del 2003 la energía de "Los Pinos" se concentró en un objetivo que contenía elementos peligrosos para el adecuado afianzamiento del nuevo régimen: impedir por todos los medios el triunfo de la izquierda en el 2006. La gran campaña por cerrarle el paso a AMLO se inició con un absurdo proyecto para hacer a la esposa del Presidente la candidata del PAN. Luego se explotaron al máximo los videos que Ahumada proporcionó para acabar mediáticamente con el candidato natural de la izquierda. Más tarde, la Presidencia se empeñó a fondo en construir un camino que, suponía, habría de conducir al desafuero del entonces jefe de Gobierno y a su eliminación definitiva como candidato presidencial, camino que finalmente fue cerrado por una gran movilización ciudadana en contra. Cuando ya le fue imposible sostener las pretensiones presidenciales de su cónyuge, Fox se dedicó a armar una candidatura alternativa: la de su secretario de Gobernación. Cuando este empeño también falló, el Presidente, abiertamente, echó todo el peso de la institución en apoyo al candidato designado por el PAN: Felipe Calderón. Pasada la elección del 2 de julio, la energía presidencial se sigue invirtiendo en la misma obsesión suya y de la derecha: neutralizar a AMLO para convertirlo en un personaje con pasado pero sin futuro.
El peligro en torno a los verdaderos peligros para México
Una de las consecuencias de la decisión gubernamental de empeñarse abiertamente en cerrarle el camino de la Presidencia a la izquierda, fue hacer que ésta terminara por poner en duda toda la legitimidad del delicado entramado institucional de una democracia que, de tan joven, aún no echa raíces. Hoy el proceso político mexicano está marcado por la polarización, el agravio, la "resistencia civil pacífica" y la falta de acuerdos básicos entre la clase política. Y eso sí que es una amenaza mayúscula para México.
Obsesionado por su "reproducción" el Presidente descuidó muchas áreas de su responsabilidad, lo que facilitó el crecimiento de otros auténticos riesgos para el país. La lista de éstos es impresionante.
El sindicato de maestros ha servido a la perfección al proyecto reproductivo de Fox y del PAN, pero en la tarea fundamental de elevar la calidad de la educación, la alianza Fox-SNTE ha fracasado y en grande. El Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación acaba de comprobar que en el conocimiento de las matemáticas, el 51.1 por ciento de los estudiantes del tercer grado de secundaria simplemente está por debajo del nivel básico y el 32.7 por ciento lo está en relación al dominio de su propio idioma. Hoy, al cumplir sus 18 años, el 60.8 por ciento de los jóvenes mexicanos simplemente ya han abandonado el sistema de educación formal (Reforma, 25 y 26 de agosto). Ésos y otros indicadores apuntan en la misma peligrosa dirección: por la mala calidad de su sistema educativo, México no está en condiciones de competir y asegurar su salida del grupo de los países subdesarrollados.
Según datos del 2005 de la Office of National Drug Control Policy de Washington, las organizaciones mexicanas de narcotraficantes obtienen ingresos por 13 mil 800 millones de dólares anuales. Realmente es imposible saber el monto real de las ganancias de esa actividad criminal y bien pudieran ser superiores, pero de lo que no hay duda es del aumento de los asesinatos asociados al narcotráfico mexicano: el año pasado llegaron a mil 500 y en lo que va de este año ya superan los mil. Se trata de ejecuciones cada vez más sistemáticas y dramáticas: decapitaciones, asesinatos de jefes policiacos, de jueces y magistrados. Hoy ya hay quien afirma que México es víctima del narcoterrorismo (El Universal, 26 de julio). En suma, aquí se tiene otra auténtica amenaza para el país y donde la acción oficial dejó mucho que desear.
El sector petrolero es fundamental para México, pero la decisión de Fox de irse por la vía fácil y sustituir con los ingresos de Pemex los recursos que no pudo obtener mediante una reforma fiscal, ha llevado a que esa empresa estatal tenga que entregar al gobierno las dos terceras partes de sus ingresos totales (66 mil millones de dólares) que sirven para cubrir un tercio del gasto público. Esta política ha desembocado en un enorme endeudamiento de Pemex, y a no invertir en exploración y tecnología de cara al futuro. Todo esto ha ocurrido justamente cuando el rendimiento de nuestro principal campo productor está disminuyendo a un ritmo de 14 por ciento anual. La lista de peligros reales para México descuidados por el actual gobierno se puede alargar: un raquítico crecimiento del PIB y del empleo formal, el deterioro del medio ambiente, la impunidad de los "peces gordos" de la vieja y la nueva corrupción, etcétera.
Conclusión
La decisión del Tribunal Electoral de avalar el triunfo del PAN pareciera haber asegurado el éxito del empeño de Fox y los suyos por bloquear un triunfo electoral de la izquierda. La primera Presidencia del régimen democrático debió haber avanzado en la solución de los problemas históricos y en la consolidación de las formas nuevas, legítimas del quehacer político. En contraste, lo que hizo fue ignorar los grandes problemas sociales y agrandar las fracturas políticas. En fin, el legado del primer gobierno del régimen supuestamente democrático bien puede verse como una herencia de agujeros.
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